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16 enero 2016

Poesía de Sylvia Plath


Sylvia Plath | LiteraryHub 

Tres mujeres 

Segunda voz: 

Cuando por primera vez vi la pequeña mancha roja, no
         pude creerlo.
Observé a los hombres caminar a mi alrededor en la
         oficina.  ¡Eran tan planos!
Había algo en ellos como de cartón, y ahora lo comprendo,
esa plana, plana vulgaridad de la que ideas, destrucciones,
niveladoras, guillotinas, cámaras blancas de chillidos
         proceden,
proceden sin fin; y los fríos ángeles, las abstracciones.
Me senté ante mi escritorio con mis medias, mis tacones
         altos,
y el hombre con quien trabajo se echó a reír: "¿Ha visto
         algo horrible?
se ha puesto tan blanca, de repente".   Y no dije nada.
He visto la muerte en los árboles desnudos, una privación.
No podía creerlo.  ¿Es tan difícil
para el espíritu concebir un rostro, una boca?
Las cartas proceden de estas negra teclas, y estas negras
teclas proceden
de mis dedos alfabéticos, ordenando partes.

Partes, fragmentos, engranajes, brillantes mecanismos.
Me muero al sentarme.  Pierdo una dimensión.
Rugen trenes en mis oídos, ¡salidas! ¡salidas!
El plateado camino del tiempo se vacía en la distancia.
El cielo blanco se vacía de su promesa igual que una copa.
Estos son mis pies, estos ecos mecánicos.
Tap, tap, tap estacas de acero.  Me descubro deficiente.

Esta es una enfermedad que me llevo a casa, es una muerte.
De nuevo, esto es una muerte.  ¿Es el aire,
las partículas de destrucción que aspiro?  ¿Soy un pulso
que disminuye y disminuye, enfrentándose al frío ángel?
¿Es éste mi amante, entonces?  ¿Esta muerte, esta muerte?
De niña amé un nombre mordido por el liquen.
¿Es éste el único pecado, entonces, este viejo amor muerto
         de la muerte?

Traducción de Jonio González y Jorge Ritter

 ***
 
Soy vertical

Pero preferiría ser horizontal.
No soy un árbol con las raíces en la tierra
absorbiendo minerales y amor maternal
para que cada marzo florezcan las hojas,
ni soy la belleza del jardín
de llamativos colores que atrae exclamaciones de
         admiración
ignorando que pronto perderá sus pétalos.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal
y una flor, aunque no tan alta, es más llamativa
y quiero la longevidad de uno y la valentía de la otra.

Esta noche, bajo la luz infinitesimal de las estrellas,
los árboles y las flores han derramado sus olores frescos.
Camino entre ellos, pero no se dan cuenta.
A veces pienso que cuando estoy durmiendo
me debo parecer a ellos a la perfección –
oscurecidos ya los pensamientos.
Para mí es más natural estar tendida.
Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con
         libertad,
y así seré útil cuando al fin me tienda:
entonces los árboles podrán tocarme por una vez, y las
         flores tendrán tiempo para mí.

Traducción de Eli Tolaretxipi

***

Ménade

Una vez, fui corriente:
sentada bajo el algarrobo de mi padre
comía los dedos de la sabiduría.
Los pájaros daban leche.
Cuando tronaba me escondía bajo una losa.

La madre de las bocas no me amaba.
El viejo se encogía hasta volverse muñeca.
Oh, soy demasiado grande para volver a atrás:
la leche de pájaro es plumas,
las hojas del algarrobo son inertes como manos.

Este mes no da para mucho.
Los muertos maduran entre las hojas de vid.
Hay una lengua roja entre nosotras.
Madre, no te acerques a mi corral,
me estoy convirtiendo en otra.

Cabeza de perro, devoradora:
dame de comer las bayas de la oscuridad.
Los párpados no se cerrarán.  El tiempo
desata del gran ombligo solar
su brillo infinito.
Debo tragarlo todo.

Señora ¿quiénes son esos de la vasija lunar-
ebrios de sueño, con los miembros desparejados?
Bajo esta luz, la sangre es negra.
Dime mi nombre.

Traducción de Eli Tolaretxipi

***

Espejo

Soy de plata y exacto.  No tengo prejuicios.
Todo lo que veo lo trago de inmediato
tal y como es, sin la turbiedad del amor o de la antipatía.
No soy cruel, sólo veraz –
el ojo de un diosecillo, con cuatro esquinas.
La mayor parte del tiempo medito sobre la pared de
         enfrente.
Es rosada, con manchas.  La he mirado tanto
que creo que forma parte de mi corazón.  Pero se mueve.
Caras y oscuridad nos separan una y otra vez.

Ahora soy un lago.  Una mujer se asoma sobre mí,
buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas embusteras, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo con fidelidad.
Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos.
Soy importante para ella.  Viene y va.
Cada mañana es su cara lo que sucede a la oscuridad.
En mí ha ahogado a una muchacha, y desde mí una
         mujer mayor
se eleva hacia ella día tras día, como un pez terrible.

Traducción de Eli Tolaretxipi


 SOBRE EL AUTOR



SYLVIA PLATH(Boston, 1932 - Londres, 1963) fue una escritora estadounidense especialmente conocida como poetisa, aunque también es autora de obras en prosa, como una novela semiautobiográfica, La campana de cristal (bajo el pseudónimo de Victoria Lucas), Coloso, Ariel, The Collected Poems, que fue el ganador del Premio Pulitzer de 1982, entre otros relatos y ensayos.

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